viernes, 5 de junio de 2020

LAS VOCES Y EL METAL

Por SERGIO MONSALVO C.(RELATO)
Hoy lo asaltaron. No llevaba gran cosa consigo y por eso le metieron dos balazos.
En el trayecto al hospital los camilleros de la ambulancia le robaron la chamarra y los zapatos, dijeron que así lo encontraron.
Al llegar al hospital entró en estado de coma. Tenía una de las balas alojada en el cuello, imposible de ser sustraída por la inflamación. Se desangró y murió. Todo fue en cuestión de minutos.
Este día también leí en el periódico que capturaron al asesino de un periodista, un policía. Lo hicieron tras cinco años después del hecho. El crimen y la política bajo acepciones comunes. Este mismo día decidí conseguirme una pistola.
Una pistola a la cual tendré que considerar parte de mí y no olvidarla bajo ninguna circunstancia. Cuestión de prioridades: tratar de conservarme vivo.  Llevar la pistola eternamente conmigo, tal como lo hace un conocido, quien la carga hasta cuando va al supermercado o la panadería: “Uno nunca sabe”, afirma. Otro motivo para que su mujer lo insulte constantemente. Quizá un día termine usando el arma con ella.
Uno nunca sabe. A lo mejor también tendría que hacer lo que un amigo, a quien sorprendí en la casa de su amante realizando toda clase de ejercicios: pesas, costal, pera…”Preparado para cualquier cosa, para enfrentar a cualquiera de esos animales”. Sin embargo, la pistola es más contundente.
Hasta un tipo como mi vecino trae un arma en la bolsa del saco. Él ‑‑tan recatado, tan temeroso de Dios y de su mujer– me ha mostrado la navaja de 15 cm que salta presta cuando aprieta el botón del mango. “He practicado para cortar la yugular”,  dijo mientras acariciaba el filo.
Lo más probable es que yo no acaricie el arma, ni la ponga sobre una mesa para admirar la culata adornada o el resplandor de su cañón. No. Sólo quiero un arma que funcione, que haga lo que tenga que hacer. Discreta como buena compañía. La conservaré en buen estado y siempre lista para lo que se ofrezca.  Matar o ser el muerto, he ahí el asunto. Apretar el gatillo, sin vacilar.

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