jueves, 28 de mayo de 2020

POESÍA / POETAS


Por Víctor M. Navarro
Periodistas Unidos. Ciudad de México. 27 de mayo de 2020.- La poesía es sin duda un bálsamo en estos momentos de pandemia, miedo y la insana prohibición de besarnos y abrazarnos, queda versarnos y navegar sin temor alguno en la palabra que tantos hombres de bien nos han legado. De poetas a poetas el querido Oscar Wong, ese hombre múltiple y creativo chino/chiapaneco, incansable hombre de letras nos entrega un texto conmemorativo y delicioso; dos de nuestros poetas malditos de noble estirpe y profundo verbo hermanados por su muerte prematura, José Carlos a los 37 años, Raúl a los 35. Cada palabra es una lámpara para verte cuando tu no estas/ la otra forma de tomarte ´por el mundo/ cuando tú y el amanecer son la misma persona…cito de memoria y quizá un poco alterados estos versos de Becerra que la primera vez que los leí me conmovieron hasta la médula, de ahí la obra del poeta tabasqueño se convirtió en uno de los referentes de mi generación del TaPoSin fundado por Arturo Trejo, recuerdo a José Buil con el libro siempre en ristre, La hora y el sitio, Blues eras esos muros avasallados por la hierba que inundaron de metáforas y ritmo nuestros jardines, nuestras vida.
Raúl Garduño, ese chiapaneco de gran fuelle lo vi (imberbe poeta) varias veces en nuestro DF de entonces, compartí alguna cerveza y le rendí admiración por sus poemas en esa breve antología de jóvenes poetas publicada por Siglo XXI, fiel a sí mismo pidió otra ronda. Una o dos veces me encontré con su poesía en Tuxtla bajo la guía de las poetas Trejo Sirvent, redescubrí su increíble  vitalidad, sus ganas de hacer y vivir la poesía y la vida, para él lo mismo. Breve obra de grandes alcances, Garduño como Jaime Reyes salen de lo oscuro, son islas de raíz amarga, poesía de imágenes bellas y desgarradas, poesía en su más pura esencia.
Y como de poesía se trata es Oscar Wong el poeta, quien visita de manera puntual la mansión poética de estos vates, de estos batos, construcción de hermosos parajes, inusitado eco de Lezama y Baudelaire. Y no podemos dejar lo fugitivo y permanente del poema sin citar uno de Oscar y dar paso a su texto
En la fronda los pájaros maduran.
La mujer que espera bajo la lluvia,
la que siembra
pensamientos en la hoguera,
gime, se estremece.
Sus pechos, violentas rosas, braman.
Sus muslos se abren
con denso escalofrío.
Su voz, espuma melancólica,
entrega vaticinios
como una Luna Nueva que galopa.
La noche, complacida,
la corteja.
En la fronda los pájaros maduran.
OW
RAUL GARDUÑO Y JOSÉ CARLOS BECERRA
Por Óscar Wong
Separados por diez años de distancia, José Carlos Becerra y Raúl Garduño, comparten la misma fecha luctuosa. Ambos fallecieron el 27 de mayo (Becerra, 1970, en Brindisi, Italia. Garduño, 1980, en Tuxtla Gutiérrez, Chiapas). Los hermanaba la poesía, la amistad, el Grijalva -tabasqueño el primero; chiapaneco el segundo- y el libro «Poesía joven de México» (1967), donde ofrendaron sus textos junto con Alejandro Aura y Leopoldo Ayala. Ambos con un tono recitativo en virtud del uso de anáforas y epítomes. Su visión del mundo fue nostálgica, de asombro, pero siempre despidiéndose, expresando su partida apresurada.
Inmerso en la sonoridad de la Palabra, imbuido de esa fuerza volcánica, telúrica, Raúl Garduño (Ciudad de México, 20 de noviembre de 1945-Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 27 de mayo de 1980) se irguió con toda su potencialidad lírica desde sus primeros poemas, publicados en la Revista ICACH, en El Rehilete, Mester, Pájaro Cascabel y La Cultura de México. Como autor de trascendencia, el volumen colectivo «Poesía joven de México» (1967), lo impulsó a nivel nacional; aunque su primera obra, titulada «Poemas» (1973), se debió al gobierno de Chiapas. Paisajes intimistas y de belleza cosmogónica, inundan sordamente los hallazgos líricos, los constantes deslumbramientos que configuran su sentimiento particular.
Fallecido en plena juventud, Garduño supo que la naturaleza, esencial en su corpus lírico, era un motor genérico y totalizador. Para este creador la poesía representaba una serie de presagios, símbolos y señalamientos que, de manera precisa, ocultaban esa otra realidad, acaso la más exacta y perfecta: la de las esencias.
En su obra, que culmina con el volumen póstumo, de título oximorónico, «Los danzantes espacios estatuarios» (1982), con un prólogo de Francisco Álvarez, encontramos diversas características que confirma este aserto: el tono recitativo, propio del canto y la declamación, expresado mediante estructuras anafóricas y epítomes y reiteraciones, como se advierte en el poema «Del oído silencioso»:
«En tu cabello nació la flor de los encuentros
tu cabello es la casa de la brisa,
tu cabello es el peso de la luna,
tu cabello se arrodilla para amarte,
tu cabello es el canto de los ríos,
tu cabello hermoso golpea nuestra sangre
como si un beso golpease nuestra alma,
tu cabello dará luz, alta luz
a un continente de ciegos».
Por su parte, José Carlos Becerra supo combinar su visión del mundo con su expresión lirica a través de sus versículos. Su obra inicia, básicamente, con «Oscura palabra» (1965) y concluye con un libro póstumo, «El otoño recorre las islas (0bra poética. 1967-1970), recopilado por José Emilio Pacheco, con un prólogo de Octavio Paz.
En «Oscura palabra», Becerra presenta una visión nostálgica, evocativa, donde el espíritu materno va y viene por las zonas conocidas, cotidianas: la primera lluvia recuerda la presencia de la madre, así como el ropero en el cuarto, etc. El recorrido por la memoria es fundamental. El poeta recupera los fragmentos esenciales de la madre. Los objetos contribuyen a fortalecer los recuerdos: «Tu retrato me mira desde donde no estás,/ desde donde no te conozco ni te comprendo. Allí donde todo es mentira dejas tus ojos para mirarme…’
Pero es en «Relación de los hechos» (1967) donde el poeta tabasqueño vuelca esa peculiar entonación, plena de atmósfera melancólicas, como ocurre con el siguiente ejemplo»:
«Esta noche yo te siento apoyada en la luz de mi lámpara,
yo te siento acodada en mi corazón;
un ligero temblor del lado de la noche,
un silencio traído sin esfuerzo al despertar de los labios.
Siento tus ojos cerrados formando parte de esta luz;
yo sé que no duermes como no duermen los que se han perdido en el mar,
los que se hallan tendidos en un claro de la selva más profunda
sin buscar la estrella polar».
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